Entre fantasmas y recuerdos

Una lucha por reclamar mi presente

Mónica Vega González
5 min readAug 31, 2022
Pixabay

A veces estamos más cerca… De una persona que no conocemos. De una palabra que interpela. De una propuesta que acontece como invitación. Incluso estando lejos, un poco ausentes, en espera. “Recuerde”, así decía, en mandato: Una foto de una poeta llamada Elvira Sastre — seguro conocida por multitudes — la cual se ha convertido en espacio íntimo, en la posibilidad de que otra hable por ti, o simplemente te acompañe con ese tan sublime intento de amar y vivir escribiendo. “Una ciudad sin escritores queda vaciada de su esencia de ciudad, y aparece como un complejo aglomerado, como algo que puede cambiarse, transmutarse o desaparecer sin que su vacío se note” (María Zambrano). Arcadio Díaz Quiñones arremetía: “necesitamos las letras para que la ciudad no desaparezca”. Allí sumida entre letras, yo. Y lejos de ellas me atreví a reconstruir mi ciudad. Una sola foto. Más bien el subtítulo que acompañaba el mandato y me permitía habitar otros recuerdos, y luchar con el temor de llevar a cabo el mismo ejercicio. ¿Será? Solo bastó una petición, de alguien muy amada. “Me gustaría leer el tuyo”, me decía. Recuerdo que paré toda actividad. Fui a las últimas páginas del cuaderno de estudio. Y recordé como pude. Y ahora los invito, con miedo a desnudarme, pero segura de ello

Empiezo yo:

El miedo de adentrarme en letras que aún no domino; en un mundo vasto que me invita y me espanta, y que antes era mi pasión. La ansiedad del tiempo pasando rápida y lentamente, y lo que puedo hacer para escapar de lo urgente convenciéndome de que también amerita mi acción inmediata y mi prisa. Encontrar respuestas poco a poco (a veces muy lentamente) y disfrutar-sufriendo del proceso. Acoger mi cerebro disperso, y seguir aquí en mi nuevo escritorio: con el recuerdo de Barcelona en la esquina; con el snack de cada dos horas; y con la botella de agua hasta el tope con ansias de ser vaciada para levantarme de nuevo y tomar una pausa. Papeles y libros llenos de ideas que se esconden -porque no quiero decir que se pierden- entre nuevas cavilaciones que hablan de mi existencia. Recordar para mí es un acto de supervivencia; aunque a veces me robe el aliento.

El más presente:

El ruido de mi corazón en conexión con mi pasado, el presente y mi cerebro. Y el devenir de poder añadirle a “el presente” el posesivo de “aquí estoy, me pertenece”. “Nuestro”. Las ventanas y las puertas las dejo siempre a medias, para que se cuele el pensamiento de otros que acompañan soledades. Aunque a veces me tienta el encierro. El abrazo imposible que aún hala mis extremidades a geografías pasadas: que es la abertura a miles de recuerdos que terminan en un abrazo repetidamente imposible, que me hacía anhelar un para siempre. Un “te quiero” que se pronunció muy tarde y que fue despedida. Ya cuando la distancia era aún más vasta y contundente. “A nombre de Mónica”, y las comisuras de tu boca iluminadas en sonrisa. Y tu silencio, ese que nos mantiene lejos. También. El abrazo hacedero de luchar por estar presente ante el dolor de mi gente. Recordar lo inasequible y acoger lo palpable, para priorizar, y vivir “el presente” no-mío. Una angustia que grita silencio, y un baile que endereza la espalda -a tiempos-. Una lucha no menos lúcida por estar repleta de dudas. Un camino-móvil.

Uno reciente:

Mi madre. Su manera de observar. Saber que alguien te mira — ella — en completo silencio, y que sabe leer tus subtítulos, aunque no los entienda. Ver cómo su rutina cambia por amor: hay más silencio en casa. La tableta tiene el volumen justo. En las mañanas ya no canta su himno de oración favorito porque la terraza queda justo al lado del lugar en donde está ese escritorio nuevo con recuerdos de Barcelona, y libros esperando a ser leídos. La tesis sigue incompleta, y ella contiene dentro de sí sus múltiples historias para ayudarme en la faena. “La comida está lista” es mi nueva frase favorita. Y el juego de mesa que hace unos minutos compartimos al tomar el café. Ella es un sí perfumado de amor.

Uno al que volveré siempre:

Difícil. Eso de uno. Cuando mi vida está llena de memorias. Intentaré.

Madre, sí, también tiene que ver con ella. Últimamente cada que comparto con mi mamá, me planteo cuándo será el último momento, y así poseo el presente, lo hago mío a tiempos. Este recuerdo sabe a poema y lo contiene uno de tantos cuadernos de ella. En un cercano agosto, cuando tomaba un breve descanso de faena intelectual, mi madre indagaba entre sus libretas. Allí en silencio, parada al otro lado de la mesa, esperando mi atención para confesarme lo que había escrito. Todavía puedo ver su mirada, insegura de compartir ese pedazo de ella conmigo. Casi como una extensión de mi alma. Casi como verme allí, en su cuerpo y en su mirada (sobre todo en su silencio). “Intuía que algo no estaba bien contigo (en un lejano abril y mayo), y escribí un poema sobre ello. Aunque no quisiera que te pusieras triste al leerlo”, así decía Evelyn.

Fragmento de poema: “Escucho sin interrumpir/en serenidad de lágrimas/lo que un corazón roto desentierra/y desentraña. Qué irracional corazón/que ama sin ser amado/se entrega sin condición/con el alma entre los brazos”

El de verdad:

El sol de cada mañana cuando el reloj marca las 7:00. Cerré los ojos mientras me sentaba en el váter y dentro de aquella aparente oscuridad, vi el reflejo de la ventana. Allí, dentro de mis ojos cerrados. Y sonreí. La ventana que siempre observo al despertar. La pequeña, la del aseo, por la que miro cada mañana para comprobar el color del cielo y observar los ramilletes de verdes que danzan con el sol en destellos de múltiples colores. La lluvia de la una de la tarde. El olor a comida. Las voces altas que se expresan con pasión. El día a día, que es acontecimiento. Y recordar convertir el presente en mi presente: más que para solo poseerlo, “para entender la vida”.

Espacios entrañables que es posible habitar. Efímeros. Inciertos. Ruidosos. A veces llenos de silencio. Espacios entrañables en donde te atreves a bailar. Y lloras. Y ríes. Y sientes miedo. La poesía y la escritura. “Una vida dura necesita un lenguaje duro, y eso es la poesía. No es un lugar donde esconderse. Es un lugar donde encontrar” (Jeanette Winterson). Y aquel día, yo lo convertí en recuerdo.

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Mónica Vega González

Literata y editora de carrera, estudiante de por vida. Escribiendo desde el silencio, pero siempre en salida ante el mundo.